El Fantasma de la Sala de Urgencias en el Hospital

Me encontré con un caso, que, durante muchos años, se arraigó en la Sala de Urgencias del Hospital General del Seguro Social en Morelia, Michoacán, que, fue testigo de una historia que desafiaba toda explicación.

Él, un hombre trabajador y apasionado por su oficio, un día, mientras manejaba una sierra eléctrica, un error lo llevó a un terrible accidente. El resultado: un brazo casi amputado.

¿Un Fantasma en la Sala de Urgencias?

Pensé que era un infarto y me asusté mucho. Llamé a una ambulancia y me llevaron al hospital lo más rápido que pudieron.

Cuando llegué a la sala de urgencias, me encontré con un panorama desolador. Había mucha gente esperando a ser atendida, algunos con heridas sangrantes, otros con fiebre alta, otros con dificultad para respirar y otros que no se les notaba nada, tal vez solo casos de depresión.

El personal médico era escaso y se veía agobiado por la gran demanda de pacientes. Me revisaron de forma rápida, vieron mis síntomas, la presión, el azúcar, y Me dijeron que tenía que esperar mi turno, y me sentaron en una silla de ruedas, junto a los otros pacientes de la sala de espera de emergencias.

Allí, fue donde lo vi por primera vez. Era un hombre joven, de unos treinta años, que tenía el brazo derecho envuelto en una venda sucia y manchada de sangre. Se veía pálido y débil, pero también tranquilo y resignado. Me llamó la atención su mirada triste y vacía, como si hubiera perdido toda esperanza.

Me dijo que estaba cortando una tabla con una sierra eléctrica, y de repente se fue la luz, y casi de inmediato, regresa la energía, y, fue ahí, cuando se le resbaló la mano y se cortó el brazo casi a la altura del codo.

Me contó que logró detener la hemorragia con un torniquete improvisado y que llamó a su esposa para que lo llevara al hospital. Me pareció una historia terrible y le dije que lo sentía mucho.

Le pregunté, que, cuánto tiempo llevaba esperando a que lo atendieran. Y él me dijo que no sabía, que había perdido la noción del tiempo. Me dijo que su esposa se había ido a buscar ayuda y que no había vuelto todavía.

Le dije que eso era muy extraño, pero que quizás estaría preparando cosas en la casa para venir por él, Me ofrecí para ir a llamarla o ver en dónde estaba, pero él se negó. Me dijo que no quería molestar, ni preocuparme más, asentí a eso, porque también, todavía me sentía mal.

Le dije que no era ninguna molestia ni preocupación, pero que, esperáramos un poco más, y preguntar si ya lo podían atender, ya que si se veía bastante mal. Aunque, él me dijo que no importaba, que ya estaba resignado a su destino. Me dijo que sabía que iba a morir y que solo esperaba hacerlo en paz.

Me quedé sin palabras, y sí, me asusté un poco, y no supe qué decirle. Me pareció una actitud muy extraña y muy triste. Intenté animarlo y decirle que no perdiera la fe, que seguro pronto lo atenderían y que todo saldría bien.

Él me sonrió con amargura y me agradeció por mi bondad. Me dijo que yo era la única persona que se había interesado por él y que le había hecho compañía.

Me dijo que le gustaba mucho su trabajo y que tenía muchos proyectos en mente. Me dijo que estaba casado con Ana y que tenían dos hijos pequeños, Pedro y Sofía. Me dijo que eran su razón de vivir y que los amaba con todo su corazón.

Me pareció un hombre bueno y trabajador, que no merecía lo que le estaba pasando. Le dije que tenía una familia hermosa y que seguro que ellos lo estaban esperando con ansias. Le dije que tenía que luchar por ellos y por su futuro. Le dije que no se rindiera, ni se dejara vencer por el dolor.

Él me miró con ternura y me dijo que yo era muy amable y muy sabia. Me dijo que ojalá hubiera conocido a alguien como yo el día de su accidente. Me dijo que quizás las cosas habrían sido diferentes.

Créeme que, en ese momento, no entendí muy bien qué quiso decir con eso, pero no le di mayor importancia. Pensé que estaba delirando por la pérdida de sangre y el shock. Le dije que no pensara en el pasado, sino en el presente y en el futuro. Le dije que todavía tenía mucho por vivir y por disfrutar.

Él me dijo que ojalá fuera así, pero que no lo creía. Me dijo que tenía la sensación de que algo malo estaba pasando. Me dijo que sentía una presencia oscura y maligna acechándolo. Me dijo que tenía miedo de morir.

Le dije que no tuviera miedo, que Dios estaba con él y lo protegía. Le dije que rezara conmigo y le tomé la mano. Él aceptó y juntos rezamos un Padre Nuestro y un Ave María.

Y en ese momento sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. Miré a Luis y vi que sus ojos se habían cerrado y su rostro se había puesto más pálido. Le hablé y le sacudí la mano, pero no reaccionó. Me asusté y grité pidiendo ayuda a los doctores.

Se acercó una enfermera y me preguntó qué, que me pasaba. Le dije que Luis se había desmayado y que necesitaba atención urgente. La enfermera me miró con extrañeza y me preguntó que, si me sentía bien, que, quién era Luis.

Le señalé al hombre junto a mí, y le dije que era el paciente con el brazo casi amputado por un accidente en su taller de carpintería. La enfermera me miró con horror y llamó a otra persona.

La enfermera me dijo que me tranquilizara, que todo iba a estar bien. Me dijo que ella iba a buscar a un médico y que me llevarían a otro lugar más tranquilo. Me dijo que yo necesitaba atención médica y que no me preocupara por nada más.

Me levantaron de la silla de ruedas y me llevó a otra sala. Allí me hicieron unos exámenes, y después de un par de horas, me dijeron que solo tenía una angina de pecho, y que no era grave. Me dieron unos medicamentos y me dijeron que me quedara en observación por unas horas.

Mientras tanto, no podía dejar de pensar en el hombre junto a mí. No sabía qué había pasado con él. Lo único que sabía era que había hablado con él y que me había contado su historia. Lo único que sabía era que había sentido su mano y que habíamos rezado juntos. Lo único que sabía era que me había conmovido su sufrimiento y que le había deseado lo mejor.

Después de un rato, llegó una doctora a revisarme, me preguntó que, cómo me sentía, porque ya era hora de irme, que ella me veía muy bien, le dije que yo me sentía bien, pero que me preocupaba Luis, el carpintero, que si ella sabía cómo estaba, y lo que me dijo, fue algo que me dejó helada.

Me dijo que yo, no era la única que lo había visto, que era un fantasma que deambulaba por aquí, y que muchas personas ya lo habían visto y hablado con él, como si fuera un paciente más en espera de la atención de los doctores.

No sabía si había sido una alucinación mía o una aparición paranormal de un fantasma. No sabía si había sido una coincidencia o destino.

No sé si volveré a verlo o a saber de él. No sé si algún día se irá de esa sala de urgencias o si seguirá esperando eternamente a ser atendido. No sé si algún día encontrará la paz o si seguirá penando por su accidente.

Solo sé que nunca lo olvidaré y que siempre lo recordaré como Luis, el fantasma de la sala de urgencias.

Días después de verlo, me quedo la duda de lo que me dijo, lo de su hija Sofía, y pensé en buscar esa carpintería enfrente del hospital, así que fui, y di muy fácilmente, sobre la misma calle del hospital, estaba la carpintería, con un par de chicos trabajando, les pregunte por la hija de Don Luis y uno de ellos le gritó a su mamá.

Ella salió, muy amable me saludó, y le platiqué la historia de lo que viví con su papá, y por supuesto le di su mensaje, sin decir nada, camino a un mueble de madera, y de entre muchas cajas, sacó una, de color rojo, metálica, muy viejita, ya despintada, y la puso en una mesa, y al abrirla, sacó una pequeña muñeca, llorando, se acercó conmigo, me dio un abrazo y me dio las gracias.

La verdad detrás de este relato es aún un misterio, pero lo que es seguro es que la compasión y la determinación de algunos pueden cambiar el destino de aquellos que quedan atrapados entre dos mundos.

Desde entonces, la sala de espera del hospital se convirtió en un lugar de historias y leyendas locales. Se dice que, en noches silenciosas, puedes escuchar el eco de los susurros de los que murieron esperando ser atendidos en la sala de urgencia, agradeciendo a quienes lo ayudaron a encontrar su descanso eterno.

Hoy el hospital, ya no existe, fue demolido completamente, y en su lugar hay una cancha de futbol, pero hay mucha gente, que jura, que, por las noches, ve movimiento de personas que murieron presuntamente sin atención recibida en esa sala de espera de urgencias.

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Tenía poco tiempo trabajando en el hospital, yo quería hacer de todo, estar involucrado en todo y con todos, soy muy bueno, pero me cargaban mucho el trabajo, y un dia, me dejaron por la noche unas tareas muy pesadas, y estaba solo en una sala de material ordenandolo.

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